No, esta vez no fue un grito desgarrador ni un susurro angustiante. Se puso los audifonos, cerró la puerta sin hacer ruido y salió a caminar. Pero algo extraño sucedió cuando desperté… Fue como si un peso invisible me aplastara, como si alguien hubiera dejado encendida una radio antigua dentro de mí, un zumbido lejano y constante, que no paraba de sonar. ¿Qué era eso? ¿Era tristeza? ¿Era dolor? No… no lo era. Era algo diferente, una pesadez sin nombre, como si algo estuviera buscando su boca para gritar, pero no lograba encontrarla.
¿Te ha pasado alguna vez?.
Es curioso cómo nos olvidamos de escuchar lo que nuestro cuerpo tiene que decirnos, ¿verdad? A veces ignoramos sus señales hasta que ya no podemos evitarlas. Dolores inexplicables, una fatiga constante que no se va, una ansiedad que no desaparece ni con descanso… Y nos decimos a nosotros mismos: “Es solo estrés. Puedo seguir adelante. Todo estará bien.” ¡Pero no lo está! Y un día, el cuerpo grita. No es un susurro. No es una advertencia sutil. Es una alarma imposible de ignorar.
Así que decidí hacer silencio. Un silencio profundo, donde mis pensamientos se desvanecieran, donde el ruido del mundo fuera reemplazado por un espacio interior para escucharme a mí misma. Puse play a mi playlist de “salvavidas emocionales” y, sin rumbo, caminé. No sabía hacia dónde iba, ni qué me esperaba, pero mis pasos fueron firmes, seguros. Cada zancada era como una palabra no dicha, una idea aún incapaz de ser escrita por mi mente. Mi cuerpo susurraba, con elegancia y sabiduría: “Yo sé lo que necesito.” Y en ese instante comprendí algo fundamental: el espacio también habla.
¡Qué revelación! Lo que pisamos, lo que miramos, lo que respiramos… todo comunica con nosotros, con nuestro sistema nervioso.
¿Alguna vez te has detenido a pensar cuán poderosos son los espacios que habitamos?.
“A veces solo me quedo así… en pausa, intentando escuchar lo que este ruido interno quiere decirme.”
La neurociencia ya nos lo ha dicho: el entorno no solo se habita, se siente. Si el cuerpo se mueve, es porque la mente necesita reorganizarse, necesita reajustarse al vaivén de la marcha, al ritmo del caminar. ¡Es increíble cómo un simple paseo puede ser una terapia! El cuerpo sabe lo que necesita, incluso cuando la mente aún no lo entiende. Y me pregunté, mientras caminaba: ¿por qué nos cuesta tanto escuchar esas señales? ¿Por qué esperamos hasta que el dolor es insoportable para prestar atención? Las grietas en nuestro cuerpo y nuestra mente no son casuales. Son señales, gritos de alerta. Desde la arquitectura crítica, sabemos que cuando una estructura muestra grietas, no basta con maquillarlas. ¡No podemos ignorarlas! Hay que ir más allá, entender su origen, ¿no es cierto?. Lo mismo ocurre con nuestro cuerpo: cuando empiezan a aparecer señales de agotamiento, estrés o malestar, no podemos seguir ignorándolas. La fatiga, la irritabilidad, el dolor constante son grietas que piden atención. ¿Qué hacemos con ellas? ¿Las ignoramos hasta que nos colapsamos, o decidimos escucharlas y actuar?
Desde la neuroarquitectura, entendemos que el entorno nos afecta más de lo que imaginamos. ¿Qué elementos en tu espacio pueden estar sumando al estrés, sin que lo notes? ¿Qué detalles de tu entorno están afectando tu bienestar físico y emocional?. Nuestros espacios tienen un impacto mucho mayor en nosotros de lo que solemos creer. Los lugares pueden sanar o enfermar, pueden regular nuestra mente o exacerbar nuestros miedos. Y la clave está en escuchar esos espacios, igual que escuchamos las señales de nuestro propio cuerpo.
Hoy no tuve que entender nada. Mi cuerpo ya lo había resuelto: caminar. Porque a veces, simplemente caminando, el cuerpo encuentra respuestas que la mente aún no puede alcanzar. Y sí, lo admito, también bailé un poquito de salsita en la acera cuando nadie me veía. 😅 Pero es que, ¿por qué no? ¡El cuerpo también necesita expresarse! A veces, la danza es la mejor forma de sanar.
“Respiré profundo, solté el caos… y la calma me sonrió desde dentro.”
Ahora te pregunto, querido lector, te desafío a hacer una inspección de daños en tu vida. ¿Qué encontrarías? ¿Qué grietas en tu cuerpo y mente has estado ignorando? Tal vez la fatiga constante que no se va, esos dolores persistentes que te siguen, esa ansiedad que te acecha. ¡Esas son señales! ¿Las estás escuchando?.
Y más aún, si hicieras una inspección de tu vida, ¿qué descubrirías? Puede que encuentres cicatrices de viejos traumas, miedos no resueltos, patrones de conducta que ya no te sirven. Pero también podrías descubrir oportunidades para sanar, para reconstruir, para dejar atrás lo que te lastima y dar paso a lo que te hace crecer. ¡La reparación está en tus manos! ¿Qué hallas en tu inspección? ¿Qué estás dispuesto a cambiar, a sanar?.
Las señales están ahí, siempre 🧠. Lo difícil no es verlas, es tomar la decisión de qué hacer con ellas.
Hoy, te invito a escuchar a tu cuerpo, a tu mente, y también a los espacios que habitas. ¡Escúchalos con empatía! Porque al final, la verdadera cura está en el equilibrio, en la armonía entre cuerpo, mente y entorno.
Gracias por acompañarme en este viaje de autodescubrimiento “El cuerpo chilla 🗣️ lo que la mente calla... y la mente grita en 5000 direcciones 🧭”.
Con cariño,
Moni
Precioso y muy necesario tu texto.
A veces a uno le da miedo mirar adentro, porque encontraremos problemas que nos miran a la cara. A mí el cuerpo me manda señales en forma de respiración entrecortada y toneladas de ansiedad. Ansiedad por hablar.
Por suerte tengo la escritura, que es terapia.
Gracias por compartir 🙏
Un abrazo enorme, Mónica. Gracias a ti, por este post tan bello 💖